—¿Sabes? —Preguntó imitando el tono de
Brontë—. Eres un hijo de puta. Pero de los grandes ¿eh?
Él volvió a reír.
—Para—. Suplicó, pegándole en el hombro.
—Tendrás que empezar a ir al gimnasio, pegas como un niño.
—Que te follen.
Volvió a reír y ella apretó los dientes.
—Vale, vale. Es que no puedo evitarlo. Es muy gracioso verte
así, si tú te vieras también te reirías.
—Que te follen—. Repitió, esta vez haciendo una pausa entre
cada palabra.
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