sábado, 24 de agosto de 2013

¿Qué se podía hacer, que se podía sentir en un momento en el que solo quieres desaparecer, tocar un botón y anular tus sentimientos, tu capacidad de sentir, tu sufrimiento, borrar esas heridas que nunca cerraron ni cerrarán? ¿Qué se puede esperar del mundo, cuando solo quieres alejarte de él, meterte en un agujero y ser tú mismo una vez después de tanto tiempo? ¿Qué se hace cuando no sabes qué hacer? ¿Qué se siente cuando no sabes que sentir? ¿Cómo reaccionar cuando te sientes abatido, sin fuerzas, cuando la vida te obliga a ser fuerte y tú no recuerdas como se fingía eso? ¿Cómo ser fuerte cuando ya no te quedan fuerzas? ¿Cómo seguir adelante si no se ve lo que hay adelante? Y si se ve, es un pozo negro. Un pozo sin fondo, y aterra. ¿Qué hacer cuando el miedo, la debilidad, todos los sentimientos que tienes, te oprimen el pecho y no te dejan respirar?

¿Sabes que puedes hacer? Nada. Rendirte. Dejar que la marea te lleve y ser uno más. Porque ese es el camino más fácil. El más sencillo, el menos doloroso. El que parece que todo el mundo sigue, y a todos les va medianamente bien. Porque si luchas contra la corriente, solo te golpeas una y otra vez contra las afiladas rocas. Hasta que te cansas, agachas la cabeza y te sueltas. Y dejas que la corriente te lleve, muy lejos de allí.
Porque, por más que luches por ser mejor persona, por entregar todo de ti y abrazar lo que te da la vida… A la gente parece no alcanzarle, y hasta no verte pulverizado, derrotado, destruido bajo sus pies, no pararán. No lo harán por más que luches; por más que renazcas de tus cenizas, quizás más fuerte que antes, quizás más débil. El hecho es que no te dejarán respirar, no te dejarán conocer lo que es la felicidad. Porque tú no tienes el derecho a conocerla. Eso se lo tienes que dejar a los demás, a aquellos que se levantan contra tus ideales, que quieren machacártelos, que quieren destruirte parte por parte. Que no entienden por qué sigues sonriendo después de todo lo que te hacen, todo lo que pasaste. Los que no entienden tu poca preocupación por los problemas de los demás, esos problemas que no están en tu mano, que no puedes hacer nada para solucionarlos. Los que no entienden que lo que ven es solo una fachada, una fachada para evitar que te destruyan, pero al final lo logran, ¿no? Después de todo, no estás bien. Has olvidado lo que se siente ser fuerte; te has olvidado esa sensación tan agradable de querer comerte el mundo. Comértelo antes de que te coma a ti.


Tu corazón es débil, demasiado, y tú lo sabes, por eso lo ocultaste en lo más profundo de ti, en lo más profundo de esa muralla que construiste a tu alrededor. Pero de un día a otro, te encuentras sin su protección. No sabes a donde se fue, ni por qué. No sabes qué hiciste para sentirte tan débil cuando todo parecía ir bien. Pero la verdad, la cruda y dura verdad, es que tu corazón ya no soporta más. Ya no le entra otro puñal. Ya no aguanta el peso que aguantan tus hombros. Solo quiere desaparecer y reconstruirse poco a poco. Porque está harto de tanto engaño, de tanta fachada, de fingir algo que no siente. Algo que no es.

Solo quieres que el mundo deje de dañarte, de meterte una y otra bala en la frente. Quieres huir, como un cobarde, pero huir porque ya no lo soportas más. Ya no sabes cómo encarar la vida, ya no sabes por donde agarrarla. Te sientes solo, solo y herido. Como un pequeño cachorro que está debajo de un aguacero, solo en medio de la calle, herido y con hambre, sin saber a dónde ir. Te sientes un inútil, te sientes débil. Débil, muy débil. Sientes que ya nada de lo que hagas servirá de algo. Ya nada de lo que digas tiene algún valor, porque nadie te escucha. Todos te dieron la espalda y se alejaron, te abandonaron. Te quedaste solo, siendo una niña que juega a ser fuerte. Porque eso eres.


Una niña jugando a ser fuerte en un mundo de adultos que se la quieren devorar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario