¿Qué se podía hacer, que se podía sentir en un momento en el
que solo quieres desaparecer, tocar un botón y anular tus sentimientos, tu capacidad
de sentir, tu sufrimiento, borrar esas heridas que nunca cerraron ni cerrarán?
¿Qué se puede esperar del mundo, cuando solo quieres alejarte de él, meterte en
un agujero y ser tú mismo una vez después de tanto tiempo? ¿Qué se hace cuando
no sabes qué hacer? ¿Qué se siente cuando no sabes que sentir? ¿Cómo reaccionar
cuando te sientes abatido, sin fuerzas, cuando la vida te obliga a ser fuerte y
tú no recuerdas como se fingía eso? ¿Cómo ser fuerte cuando ya no te quedan
fuerzas? ¿Cómo seguir adelante si no se ve lo que hay adelante? Y si se ve, es
un pozo negro. Un pozo sin fondo, y aterra. ¿Qué hacer cuando el miedo, la
debilidad, todos los sentimientos que tienes, te oprimen el pecho y no te dejan
respirar?
¿Sabes que puedes hacer? Nada. Rendirte. Dejar que la marea
te lleve y ser uno más. Porque ese es el camino más fácil. El más sencillo, el
menos doloroso. El que parece que todo el mundo sigue, y a todos les va
medianamente bien. Porque si luchas contra la corriente, solo te golpeas una y
otra vez contra las afiladas rocas. Hasta que te cansas, agachas la cabeza y te
sueltas. Y dejas que la corriente te lleve, muy lejos de allí.
Porque, por más que luches por ser mejor persona, por
entregar todo de ti y abrazar lo que te da la vida… A la gente parece no
alcanzarle, y hasta no verte pulverizado, derrotado, destruido bajo sus pies,
no pararán. No lo harán por más que luches; por más que renazcas de tus
cenizas, quizás más fuerte que antes, quizás más débil. El hecho es que no te
dejarán respirar, no te dejarán conocer lo que es la felicidad. Porque tú no
tienes el derecho a conocerla. Eso se lo tienes que dejar a los demás, a
aquellos que se levantan contra tus ideales, que quieren machacártelos, que
quieren destruirte parte por parte. Que no entienden por qué sigues sonriendo
después de todo lo que te hacen, todo lo que pasaste. Los que no entienden tu
poca preocupación por los problemas de los demás, esos problemas que no están
en tu mano, que no puedes hacer nada para solucionarlos. Los que no entienden que
lo que ven es solo una fachada, una fachada para evitar que te destruyan, pero
al final lo logran, ¿no? Después de todo, no estás bien. Has olvidado lo que se
siente ser fuerte; te has olvidado esa sensación tan agradable de querer
comerte el mundo. Comértelo antes de que te coma a ti.
Tu corazón es débil, demasiado, y tú lo sabes, por eso lo
ocultaste en lo más profundo de ti, en lo más profundo de esa muralla que construiste
a tu alrededor. Pero de un día a otro, te encuentras sin su protección. No
sabes a donde se fue, ni por qué. No sabes qué hiciste para sentirte tan débil
cuando todo parecía ir bien. Pero la verdad, la cruda y dura verdad, es que tu
corazón ya no soporta más. Ya no le entra otro puñal. Ya no aguanta el peso que
aguantan tus hombros. Solo quiere desaparecer y reconstruirse poco a poco. Porque
está harto de tanto engaño, de tanta fachada, de fingir algo que no siente.
Algo que no es.
Solo quieres que el mundo deje de dañarte, de meterte una y
otra bala en la frente. Quieres huir, como un cobarde, pero huir porque ya no
lo soportas más. Ya no sabes cómo encarar la vida, ya no sabes por donde
agarrarla. Te sientes solo, solo y herido. Como un pequeño cachorro que está
debajo de un aguacero, solo en medio de la calle, herido y con hambre, sin
saber a dónde ir. Te sientes un inútil, te sientes débil. Débil, muy débil.
Sientes que ya nada de lo que hagas servirá de algo. Ya nada de lo que digas
tiene algún valor, porque nadie te escucha. Todos te dieron la espalda y se
alejaron, te abandonaron. Te quedaste solo, siendo una niña que juega a ser
fuerte. Porque eso eres.
Una niña jugando a ser fuerte en un mundo de adultos que se
la quieren devorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario